“Dal centro della mia
vita venne una grande fontana…”
(Gilbert 2008; pág. 51)
Esta vez salgo un poco de las temáticas de
fantasía y ciencia ficción que tanto me gustan, porque mi idea es explorar otros géneros también. Hace mucho tiempo que tenía deseos de leer este libro,
ya que la película, ¡me la habían recomendado muchas –muchísimas- veces! Y fue
en una época donde no la estaba pasando muy bien, por lo que no encuentro para
nada casual esas recomendaciones de parte de mis amigos debido a que me
encontraba en una situación similar a la que se cuenta aquí. Similar en cuanto
al haber atravesado un duelo, varios de hecho, haberme cerrado al mundo y,
luego, tener la imperiosa necesidad de encontrarte a mí misma primero, antes de
abrir el corazón de nuevo (por su puesto que, en mi caso, el viaje fue completamente
interno).
Elizabeth Gilbert –Liz-, es
nuestra protagonista quien no es nada más y nada menos que la propia autora
narrando en primera persona todo lo que le acontece luego de haber lidiado con
un par de separaciones que le destrozan el corazón y, por eso, decide emprender
un viaje a tres lugares completamente distintos para encontrar el equilibrio: todos
lugares cuyos nombres comienzan con la letra “I”: Italia, India e Indonesia,
situación que a ella también le parece igual de divertida en el libro.
¿Casualidad o destino? Lo cierto es que le funciona, pero bueno, ¡vamos por
partes!
El libro está dividido en 108
abalorios, o japa malas, rosario que se utiliza en la India para rezar
y mantenerse concentrado durante las meditaciones y, a su vez, se separa en
tres secciones que coinciden con cada uno de los lugares que Liz va visitando.
Es así como la historia va subiendo y bajando en intensidad a medida que ella
va re-descubriéndose en cada país e interiorizándose en sus costumbres. Y, aunque
el ritmo puede ir cambiando de parte en parte, nos encontramos con un proceso de transformación prácticamente real con
el que nos es imposible no identificarnos en algún momento.
Porque, ¿quién no ha atravesado por un proceso de separación y cargado
con la angustia que sobreviene después? ¿Quién no ha querido controlarlo todo
para que volviese la situación desesperante a la normalidad? ¿Volver el tiempo
atrás para cambiar las cosas? ¿Quién no se ha llorado todo, dormido todo,
comido todo como una especie de zombie
para poder avanzar y dejar de ser un fantasma? ¿Quién no ha tenido dudas de
cómo seguir dudando de la propia identidad? Con todas esas cuestiones podemos
identificarnos con la protagonista desde el comienzo, aun criticándole el hecho
de ser demasiado –muy- terca para tratar de sostener situaciones insostenibles.
“Y la pregunta que me
hago yo ahora es: ¿Qué me conviene elegir a mí? ¿Qué cosas creo merecerme en la
vida? ¿Qué sacrificios puedo hacer y cuáles no?”
(Gilbert, 2008; pág. 96)
En la primera parte de la novela nos encontramos con una Liz perdida y
destrozada porque todo el mundo que conocía se le vino abajo. Y uno piensa, sí,
puede haber situaciones peores, ¡que las hay! Pero, ¿quién es uno para decidir
qué es peor o mejor para cada persona? Liz, una mujer organizada, dependiente y
controladora, el tener que experimentar que ya no existe ningún orden en su
vida le es fulminante: perdió el sentido de todo lo que conocía y confiaba. Todas sus esperanzas en tener un matrimonio
perfecto, el amor perfecto, se vieron derrumbadas cuando tomó la decisión de
estar definitivamente sola.
“Nunca olvides que una
vez, en el momento más inesperado, te viste a ti misma como una amiga”.
(Gilbert, 2008; pág. 66)
La historia es linda y resulta muy divertido cómo lo va contando ella,
con sus expresiones de turista curiosa que quiere verlo todo, a medida que va
conociendo gente y las costumbres de cada país. El proceso que vive en cada lugar resulta necesario para su
transformación: de ser un fantasma pasa a estar rebosante de energía en Italia,
disfrutando y comiendo todo lo que está a su paso, lo que resulta fundamental
para su próximo destino, y el siguiente. Liz sabe que, si no hubiese ido a
recuperar fuerzas en Italia, no hubiese podido aguantar la exigencia física y
espiritual en la India. Y ahí volvemos a algo fundamental, cuando uno está
angustiado y deprimido, lo primero que hacemos es quitar el alimento de nuestro
estómago. Dormimos mal, comemos mal, vemos todo gris. Liz está decidida a
atravesar ese proceso y va obligándose a conectarse con algo primario como la
comida, y empieza, de a poco, a disfrutarla, a encontrar placer en las pequeñas
cosas, en las charlas con amigos, las salidas, el hacer una nueva actividad –el
aprendizaje de un idioma-, el darle importancia al descanso… Aun cuando la voz
responsable en su cabeza le insista en que está perdiendo el tiempo haciendo todo
eso, que no sirve, el cuerpo y su alma se lo están pidiendo a gritos: “toma tiempo para vos”.
Es así como, una vez recuperada, decide emprender su viaje a la India
para equilibrar su parte espiritual. En esta parte del libro se me hizo el
ritmo demasiado lento y, quizás sea porque yo tampoco soy fan de la meditación…
Aquí Liz también se obliga concentrarse, a hacer todas las tareas encomendadas
con responsabilidad trabajando incansablemente hasta altas horas de la noche.
Comienza a rezar y a meditar tratando de seguirle el ritmo a todos, aunque le
resulte totalmente tedioso, emoción que se transmite en las páginas y hace perder
parte de la “chispa” con la que venía la narración desde Roma. Pero es cierto,
en la India es muy difícil que una estadía sea divertida: el choque cultural es
muy grande.
“Rezar es bastante fácil cuando estás triste, pero seguir rezando después de una crisis nos sirve para afianzar los logros espirituales.”
(Gilbert, 2008; pág. 277)
En la última parte, en Indonesia, Liz está más cerca de encontrar el
equilibrio tan buscado, por lo que las cosas se empiezan a acomodar de una
manera insospechada. Y creo fervientemente que es así como funciona todo: cuando una persona está bien consigo misma,
la manera de percibir el mundo cambia, la vibración cambia, y es entonces que el
mundo empieza a adaptarse a la nueva versión de uno –lo digo por experiencia
propia también-. El amor que ella tanto
ansiaba empieza a manifestarse de muchas formas.
“La felicidad es
consecuencia de un esfuerzo personal. Luchas para conseguirla, te esfuerzas,
insistes en encontrarla y hasta viajas por el mundo buscándola. Participas en
la manifestación de tus propios dones. Pero, cuando alcances la felicidad,
tienes que luchar a brazo partido para mantenerla, procurando nadar siempre a
favor de la corriente en el río de tu felicidad, para mantenerte a flote.”
(Gilbert, 2008; pág.
277)
El libro tiene una narración sencilla con anécdotas, personajes
pintorescos, y descripciones abundantes de costumbres y ritos de cada lugar
visitado, y se hace ameno de leer al estar mezclados con los pensamientos de la
protagonista a medida que va conociendo todo. Lo considero como de “lectura
rápida”: es una linda historia para pasar el rato y leer en el colectivo, por
ejemplo. La historia en sí no me emocionó como pensaba, o quizás porque puse
muchas expectativas, pero me agradó la lectura, se deja leer, fluye. No conecté
al 100% con el personaje de Liz, aun cuando resultó ser una mujer inteligente e
ingeniosa, no me simpatizó mucho su melancolía y su manera de vincularse con
las personas; la percibí demasiado fantasiosa y naive, en algunas ocasiones, oscilante, "que sí que no" (actitud que
se revierte hacia el final del libro cuando empieza a tomar firmeza en las
decisiones, afortunadamente).
No considero que sea un libro de los que sean sí o sí sea necesario leer,
pero creo que, si lo haces, te encontrarás con una historia motivadora con la
que puedes identificarte fácilmente, y donde encontrarás mensajes bellos como: vive la vida, disfruta de las pequeñas
cosas, de los momentos, viaja, atrévete al cambio y, por sobre todas las cosas,
ama, inúndate en amor porque, en la vida, lo es todo.
VALORACIÓN: ✰ ✰ ✰



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